¿He dicho lo correcto?, ¿Qué habrá pensado María de lo que acabo de decir?, creo que no le caí bien…
Hoy en día la introspección y el aprender a conocernos a nosotros mismos está más valorado que nunca. Y son muchas las personas que, de una forma u otra, empiezan a analizar las reuniones sociales e incluso cada interacción con otra persona: ese café con esa amiga, esa charla con el compañero de trabajo, esa comida familiar… hasta que se dan cuenta de que han entrado en un círculo vicioso que lejos de ayudar, intensifica la ansiedad social y mina la autoestima. Además, claro, de ser agotador. Dejamos de simplemente estar presentes y disfrutando a analizar todo: como nos movemos, como se mueve el otro, qué digo y cómo reacciona a lo que acabo de decir. Y no podemos parar.
¿Qué podemos hacer con esto? Vamos a explorar las razones por las que seguir así es contraproducente y empezar a entender de qué forma podemos soltar esa necesidad de ser más y más perfectos socialmente.
1. El análisis excesivo distorsiona la realidad
Al analizar una conversación lo hacemos de una forma subjetiva: a partir de nuestras emociones y la percepción que tenemos del momento. Esa percepción puede estar “teñida” de inseguridad. A veces esto puede hacer que interpretemos señales neutras (o incluso positivas) como negativas. Un ejemplo muy sencillo, es que una pausa en la conversación puede parecer incómoda, cuando en realidad es algo natural. Puedes pensar que el otro está aburriéndose o se siente mal, cuando quizás está sintiendo que tiene la confianza suficiente contigo para compartir un momento en silencio.
En lugar de buscar un fallo o una señal, recuerda que no estás en un examen que tienes que aprobar sí o sí.
2. No puedes controlar las percepciones de los demás
Por mucho que repases una y otra vez como te has comportado o lo que has dicho, no puedes cambiar como otra persona lo ha interpretado. Cada uno de nosotros trae su propia “Mochila”, su propio estado de ánimo y su propio contexto y forma de pensar. A veces, la mejor de las intenciones puede llegar a malinterpretarse. Y de eso, tú no tienes el control.
Por ejemplo, imagina que saludas a un compañero de trabajo y en lugar de responderte alegremente, sólo te dice un rápido “hola” mientras sigue caminando. Si empiezas con tu análisis podrías pensar: “¿está molesto conmigo?, ¿hice algo mal cuando ayer tomamos el café?
Pero es posible que simplemente este con mucha prisa, distraído o teniendo un mal día por cosas ajenas a ti. Al tratar de interpretar su reacción, probablemente proyectes tus propias inseguridades en una situación que nada tiene que ver contigo.
No es tu responsabilidad controlar como se sienten los demás ni cómo actúan. Concéntrate en lo que sí está bajo tu control, como ser amable y auténtico.
Soltar el deseo de “caer bien a todos” e incluso aceptar que es humanamente imposible te va a librar de una presión innecesaria.
3. Consume mucha energía y también mucho tiempo
El empezar a dar vueltas a lo que ya no puedes cambiar es sencillamente quemar el tiempo. Un tiempo que puedes invertir en cosas mucho más productivas. Y eso lo decides tú. En lugar de invertirlo en pensamientos que consumen tu energía y minan tu capacidad para disfrutar del momento, enfócate en actividades que te hagan sentir bien.
4. Refuerza la inseguridad
Cuanto más analizas, más te convences de que necesitas mejorar. Esto refuerza un ciclo de inseguridad que cada vez se hace más difícil de romper. En cambio, aceptar que tu comportamiento no tiene que ser siempre impecable es un paso hacia una mayor confianza y eso hará que seas más auténtico.
¿Cómo dejar de analizar tanto todo?
- Empieza a tratarte mejor: dedica tiempo a hablarte como le hablarías a un amigo cercano. Sé amable y recuerda que cometer errores forma parte de la vida.
- Redirige tu atención: cuando notes que estas empezando a rumiar sobre el último encuentro con tu amigo, pospón esa rumiación conscientemente para media hora después y empieza o sigue con lo que tuvieras en mente hacer.
- Acepta la imperfección: No todas las conversaciones serán memorables, ni tus palabras tendrán siempre el impacto que deseas. Y eso también está bien.
Aprender a dejar atrás este hábito no es algo rápido ni tampoco sencillo. Pero con práctica y paciencia puedes librarte de ese peso. Al final, las relaciones son mucho más ricas cuando se disfrutan sin la presión de hacerlo todo perfecto.